Huaraz, capital de la región de Áncash, tiene muchos recursos turísticos por brindar a los visitantes nacionales y extranjeros; entre ellos, las fiestas por carnavales que se celebran desde finales de enero hasta la quincena de febrero. A 8 horas de Lima en autobús y con una diversidad de alojamientos, no fue difícil tomar una decisión: pasar un fin de semana en la “capital de la amistad internacional”.
Las primeras horas de la mañana de un sábado huaracino se erguían frías y tranquilas. La ciudad de predominante comercio emprendedor demoraba en despertar o quizá se preparaba para lo que en horas después vendría: la entrada triunfal del Rey Momo y la lectura de bandos; o sea, un espectáculo.
La Plaza de Armas de la ciudad se convertiría en el escenario para la presentación de bailes y carros alegóricos, además de ser el punto neurálgico del comercio y servicios turísticos que destacan a la región como “Capital del Andinismo en Sudamérica”.
La denominación se sustenta en la cantidad de recursos que tiene Áncash, a tal punto que necesitarías poco más de 10 días para conocer estos atractivos que se encuentran a pocas horas de Huaraz. Pero el motivo del viaje era disfrutar el carnaval huaracino, por lo que dejar la plaza era casi un pecado, pues son varios días de fiesta, color y sabor.
Al regresar de tomar un buen caldo en el mercado central, me encontré con tres cuadras de desfile lleno de música y arte; tres cuadras llenas de gente celebrando las travesuras de los enmascarados y la picardía de sus reyes momos; tres cuadras para mostrar cuál distrito huaracino era mejor; una oportunidad para demandar atención de sus necesidades a sus autoridades; y una oportunidad para celebrar qué tan bien se siente ser de Huaraz.
“Huaraz primero, después el resto” era la arenga que se oía cada vez que podían hacerla. De hecho, muchos de los encargados de presidir esta festividad destacaban que no tenían nada que envidiar a los otros eventos que se venían realizando en el interior del país.
La chacotería, el juego y la broma estuvieron muy presentes ese sábado 10 de febrero. Cada distrito tenía sus enmascarados que alborotaban el ambiente, algunos de disfraces neutros que representaban a mujeres u hombres; y otros que sugerían la representación de personajes famosos locales e internacionales.
Un besito en la boca, una cargadita o tirarse contra los espectadores o efectivos policiales era celebrado por todos los asistentes y era el preámbulo para contar un poco del origen del Rey Momo. De hecho, el día acabó con la actuación del nacimiento de un Rey Momo huaracino del viejo oeste. Las veredas estaban llenas, nadie había dejado su sitio. Ni la lluvia sirvió de excusa para retirarse.
El 11 de febrero fue un día singular. Pese a las demoras, un gran corso lleno de bailes, caras pintadas, reinas, vestimentas mojadas, tres cuadras abarrotadas de espectadores y un sol brillante acompañaban una buena jornada de fiesta. Los ciudadanos de los distritos, instituciones privadas y públicas acompañaron el evento con carros alegóricos, que en algunos casos tenían diseños impresionantes.
Huaraz era una fiesta. Los niños corrían detrás de los caramelos que tiraban las reinas desde los tráileres hechos escenarios; los asistentes celebraban el día permitiendo que les pinten la cara o les empaparan de agua sus prendas; y los participantes demostraron toda su efusión con bailes y arengas de su distrito o institución.
La fiesta de aquel domingo siguió, la noche era joven y aún quedaban dos días que prometían ser de rompe y raja. El fin de semana se hizo corto para quienes se escaparon de la rutina, pero aquellos que se quedaron disfrutaron bien, o al menos las buenas lenguas, eso me comentaron.