Si el regreso de “bajada” para llegar a San Pedro de Casta es tedioso, imagínate ir hacía la meseta de Marcahuasi con una pendiente de “subida”. Pero esa es la belleza del viaje y la recompensa es contemplar las formas en las rocas, los abismos, las lagunas y a la inevitable compañera neblina. Esta última está presente durante los meses de enero y abril, intervalo de un clima lluvioso.
Sobrepuesto de las adversidades de una ruta accidentada y de una noche humeda, que se contó en un pasaje anterior; ahora éramos 8 personas con una misma consigna: visitar Marcahuasi. El clima de esa mañana, de aquel viernes de abril en San Pedro de Casta, alentaba al turismo y a la aventura con un calor suave, que casi acariciaba la piel, y revelaba un horizonte limpio que sobredimensionaba la belleza del lugar.
Los cerros verdes como gigantes protectores de una pequeña ciudad (San Pedro de Casta tiene una extensión de 79.91 Km2), una plaza principal impecable (quien sabe si por la fuerte humedad) y algunos lugareños de buen ánimo y otros en faena laboral, era la foto de esa mañana, cerca de las 9 a.m.
Camino a Marcahuasi
A las 10:30 am. estábamos en dirección a la meseta de Marcahuasi sin un plan meticuloso, solo pasarlo bien. Decidimos ir en vehículo para ganar tiempo y para resguardar la salud física de tres compañeros de nuestra tripulación que habían logrado una proeza: recorrer la ruta Lima – San Pedro de Casta en bicicleta.
Existen tres formas para llegar al magnético lugar: en auto, en bicicleta y a pie. La primera opción evidentemente es la más rápida, pero tiene un costo de 5 soles; las otras dos opciones son más lentas y tienen un precio físico para el cuerpo.
Meseta de Marcahuasi
El carro nos dejó cerca de Portachuelo, zona de campamento y parqueo. Lo que seguía era ascender un camino de tierra, piedras y, en algunos tramos, lodo hasta llegar a una especie de portón de piedra que te daba la bienvenida.
Para ese momento, que era cerca del mediodía, el clima había cambiado radicalmente. La lluvia y la neblina le arrebataban el protagonismo a los rayos del sol, pese a sus incontables intentos de relucir. Así seguiría hasta el término de nuestra visita.
A una altura de 3.900 metros sobre el nivel del mar, la caminata se hacía algo pesada; no obstante, los atractivos serían el mejor relajante muscular y la cura para el abatimiento emocional. El primer asombro vino unos pasos después del portón con una enorme laguna a los pies de varias formaciones rocosas, se trataba del anfiteatro que en otros tiempos, incluso, servía para acampar.
Visitar Marcahuasi en época de lluvias no te va a permitir vislumbrar fácilmente las figuras pétreas que lo hacen famoso al lugar; pero te dará la oportunidad de disfrutar de cosas nuevas, como el estar en una película de suspenso, o de estar al pie de una montaña en diversos espacios elevados que tiene la meseta y, mejor aún, de estar entre colchones de nubes que guardan un verde inmenso.
Tras 20 minutos de caminata adentro de Marcahuasi, la intermitente lluvia y la espesa neblina daban a la meseta un aspecto sombrío si es que te perdías – y, de hecho, nuestro grupo se separó. Los nuevos grupos se formaron como el miedo se forma en uno al perderse, las bromas no faltaron como escudos al sentirnos desprotegidos, pero nadie, ni el más chiquitín del grupo, quería irse sin ver las chullpas preincas.
Edificaciones pequeñas poco más altas del 1.60 metros, construidas de rocas de distintos tamaños y con pequeñas ventanas en forma trapezoidal en donde solo un niño podría ingresar, se avistaban cerca del final del recorrido. Dispersas en distintos puntos del último tramo nos iban dando la despedida.
Ya en descenso, nos encontramos con la cabaña del profesor Dr. Daniel Ruzo, quien fue investigador, poeta, aventurero y el descubridor de Marcahuasi. En ese cuarto lejos de la civilización y que se encuentra al pie del monumento denominado “a la Humanidad» o «Peca Gasha”, Daniel estudió las formaciones de piedra, según el arqueólogo y profesor Fernando Velásquez.
Este hogar temporal hecho de piedras sin ventanas, de una entrada angosta, y por techo dos pliegos de calaminas sigue siendo ocupado libremente por los visitantes; de hecho, la encontramos con indicios de haber sido usada.
La despedida
La despedida fue larga, unas dos horas aproximadamente. Pese a la pendiente pronunciada de «bajada», las piernas empezaban a temblar, descansar en puntos como el mirador turístico Mashka era necesario.
Con la humedad y niebla golpeando al cansancio nos encontramos con el grupo de amigos que inició el recorrido, en el portón que da la bienvenida a San Pedro Casta (o Marcahuasi, según la dirección que tomes). Una foto con flash, anécdotas cortas y un restaurante para animar el cuerpo fue todo lo que necesitamos para dejar ese lugar que se destaca de Huarochirí y de Lima, sobre todo de Lima.